| Nota: Estas publicaciones buscan estimular un debate propositivo en torno a los principales temas de interés para el avance de la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres en América Latina y el Caribe. Los conceptos expresados por las personas entrevistadas para la producción de nuestros contenidos editoriales no reflejan necesariamente la posición oficial de ONU Mujeres y agencias del Sistema de Naciones Unidas. |
Por y para todas las mujeres y las niñas: Ana Lisseth Cruz ha dedicado tres décadas a la protección de mujeres en riesgo de violencia
Ana Lisseth Cruz es economista, feminista hondureña y actual directora ejecutiva de la Asociación Calidad de Vida, organización que lleva casi tres décadas protegiendo la vida de mujeres en riesgo. Su formación se ha centrado en la violencia contra las mujeres, acumulando años de experiencia, investigación, metodologías diferenciadas y trabajo directo con mujeres sobrevivientes. Fue ella quien, hace 28 años, fundó la primera casa refugio para mujeres en el país. Hoy lidera la operación de cuatro casas con enfoque diferenciado y ha sido clave en la creación de la Red Nacional de Casas Refugio en Honduras, así como en la aprobación de la Ley de Casas Refugio en 2024. Su historia es un reflejo del espíritu de la Plataforma de Beijing: cuando se pone en el centro a las mujeres, el cambio es posible.
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Hace casi tres décadas, en Tegucigalpa, Ana Lisseth Cruz y dos compañeras decidieron actuar frente a una realidad que no podía seguir ignorándose. Las mujeres que denunciaban violencia regresaban a hogares más inseguros, y muchas veces, no sobrevivían.
La violencia que enfrentan las mujeres ya no es solo física o sexual. Muchas son desplazadas por crimen organizado, víctimas de trata o sufren violencia institucional. Pero la respuesta de Cruz y Calidad de Vida sigue siendo la misma: poner a las mujeres en el centro. Así nació la primera casa refugio del país, como una respuesta urgente para la atención a mujeres víctimas y sobrevivientes de las diferentes violencias.
La primera casa refugio del país nació sin precedentes, pero con un profundo conocimiento del entorno. Desde el inicio, esta iniciativa entendió que brindar protección implicaba mucho más que ofrecer un espacio físico: significaba crear condiciones para la dignidad, la escucha y la reconstrucción de la confianza. Hoy, con los desafíos aún latentes y nuevos tipos de violencia emergiendo, las casas refugio siguen siendo una necesidad vital.
Estos espacios no solo protegen, también respetan los procesos individuales. Se acompañan decisiones, se construyen planes de vida personalizados y se reconoce que denunciar no siempre es la primera opción, sobre todo cuando el sistema no garantiza seguridad. La clave está en poner a las mujeres en el centro, respetando su autonomía y confianza.
“Si una mujer no quiere denunciar, no lo hace. La decisión es suya. Eso es hacer la diferencia. Porque no se puede exigir valentía en un sistema que no está preparado para protegerlas”, afirma Cruz.
El camino ha estado lleno de obstáculos. La falta de recursos, los recortes de cooperación internacional y el limitado respaldo estatal han puesto a prueba la continuidad del trabajo. Aun así, Ana y su equipo siguen firmes. En 2024, la aprobación de la Ley de Casas Refugio marcó un hito importante, aunque todavía espera su reglamentación y presupuesto.
“Seguimos luchando por más casas refugio, por un sistema de justicia que funcione, por educación sexual para prevenir violencias, por jueces y fiscales sensibilizados”, añade Cruz.
Este tipo de avances legislativos, aunque insuficientes por sí solos, abren puertas. Hoy se proyecta la construcción de nuevos refugios en regiones clave del país, como Catacamas y el Distrito Central. Cada una de estas casas representa una posibilidad concreta de salvar vidas, y su existencia es un recordatorio del compromiso de quienes han sostenido esta lucha durante años.
Aunque la Plataforma de Acción de Beijing parecía, en su momento, lejana para muchas organizaciones locales, su espíritu ha estado presente desde el inicio en iniciativas como la de Calidad de Vida. La visión de un mundo más justo para las mujeres ha guiado este trabajo silencioso, a veces fragmentado, pero siempre constante.
“La Plataforma de Beijing nos dio una base para exigir un camino. Ha habido avances, sí, pero todavía falta muchísimo”, reconoce Cruz.
A 30 años de aquella conferencia, el mensaje que deja la historia de Ana Lisseth Cruz es contundente: mientras existan espacios seguros donde una mujer pueda volver a empezar, habrá esperanza y mientras haya defensoras que, como ella, insistan en proteger la vida por encima de todo, habrá caminos posibles hacia un futuro más digno para todas.
“Debemos unirnos con una sola voz. Todas las mujeres tenemos derechos. Y cuando se pone en el centro a las mujeres y las niñas, todo cambia”, concluye Anna Lisseth.