El impacto psicosocial del COVID-19 en mujeres adultas mayores en Argentina

Fecha:

El manejo de una crisis, como la reciente del COVID-19, puede impactar gravemente en la vida de las mujeres y niñas si no se consideran las dimensiones de género. Ellas experimentan múltiples formas de discriminación cruzadas (género, edad, etnia, lugar de residencia, situación económica, orientación sexual, identidad de género o estatus migratorio, entre otras). Esta interseccionalidad de desigualdades pone en riesgo sus derechos, desde su acceso a la educación, la salud, los cuidados, el trabajo decente hasta la participación en los espacios de toma de decisiones, sin olvidar el mayor riesgo a padecer múltiples formas de violencia. 

El impacto psicosocial del COVID-19 en mujeres adultas mayores 01
Foto: Cortesía Programa de Atención Médica Integral (PAMI) de Argentina

Más longevas, más cuidados 

Argentina es uno de los países de América Latina con mayor índice de envejecimiento poblacional. Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC, 2013), en 2021 el número de personas mayores de 60 años ascendió a 7.279.394, alcanzando el 15,7% del total. La esperanza de vida es de 81,4 años para las mujeres y de 74,9 para los hombres, y a medida que la edad avanza, la diferencia porcentual por género se va incrementando: de cada cinco personas de 100 años o más, cuatro son mujeres y solo una es hombre.  

La información estadística resulta fundamental para diseñar políticas públicas efectivas y transformadoras que mejoren la protección de los derechos humanos de las mujeres, especialmente de las adultas mayores, quienes, al tener una mayor expectativa de vida, constituyen el grupo que envejece con más probabilidades de discapacidad y dependencia.  

Sin embargo, existen pocas investigaciones que tengan como destinatarias a este grupo etario. “Un ejemplo son los estudios de violencias de género en los que las mujeres mayores están invisibilizadas”, sostiene Mónica Roqué, secretaria general de Derechos Humanos, Gerontología Comunitaria, Género y Políticas de Cuidado de PAMI. 

Asimismo, existe una carencia de indicadores que se ocupen específicamente de medir situaciones de desigualdades por cuestiones de género y diversidad en la vejez. “La Agenda 2030 solo presenta un 1,8% de sus metas y un 0,5% de sus indicadores relacionados con la población adulta mayor”, agrega Roqué. 

Ante este silencio estadístico, en el marco del programa “Recuperación socioeconómica a la crisis provocada por el COVID-19 desde una perspectiva de género: Promoviendo la autonomía económica de las mujeres y el cuidado de personas mayores y con discapacidad en Argentina”, ONU Mujeres y el Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados (PAMI) realizaron una investigación para conocer el impacto psicosocial de la pandemia en este grupo poblacional en Argentina.   

“Las mujeres adultas mayores tienen derecho a participar plenamente en la sociedad, sin discriminaciones y en igualdad. Su cuidado debe ser entendido y asumido como una responsabilidad colectiva que se traduzca en una ampliación de los servicios públicos y mecanismos de apoyo que garanticen tanto los derechos de las personas que cuidan como de quienes son cuidadas”, argumenta Sabrina Landoni, coordinadora del programa “Recuperación socioeconómica a la crisis provocada por la COVID-19 desde una perspectiva de género” en Argentina. 

El impacto psicosocial del COVID-19 en mujeres adultas mayores 05
Foto: Cortesía Programa de Atención Médica Integral (PAMI) de Argentina

La falta de autonomía económica 

Durante la pandemia, las mujeres adultas mayores sufrieron mayores dificultades a la hora de recibir la prestación de servicios de salud, generándoles en muchos casos sensación de abandono, soledad y desprotección. Además de ser más longevas, se enfrentan a mayores dificultades económicas, debido a las múltiples discriminaciones a las que se enfrentan durante toda su vida. 

Según el estudio realizado por ONU Mujeres y PAMI, las participantes alertaron que los haberes jubilatorios no alcanzaron para cubrir las necesidades habitacionales, alimentarias, de salud y servicios. “Habíamos pedido antes de la pandemia que a los y las jubiladas que cobran la mínima les dieran la tarjeta Alimentar. Lo estábamos pidiendo de rodillas antes, imagínate ahora, no les alcanza para vivir. Es muy triste” (Zulma, 70 años, Patagonia Sur). 

Estas situaciones afectan principalmente a las mujeres, siendo las que viven solas, presentan discapacidades y dependencias y necesitan de cuidados en mayor porcentaje. “Me da vergüenza haber trabajado toda la vida y que no me alcance. Me jubilé, pero seguí trabajando, cuidaba personas, y ahora lo dejé de hacer y eso para mí en la parte económica lo estoy notando mucho, ahora digo bueno, o almuerzo o ceno” (Vilma, 63 años, Gran Buenos Aires). 

El impacto psicosocial del COVID-19 en mujeres adultas mayores 06
Foto: Cortesía Programa de Atención Médica Integral (PAMI) de Argentina

El deterioro físico durante la cuarentena 

Alrededor de la cuarta parte de las encuestadas percibieron que su salud se deterioró a partir del aislamiento debido a la falta de actividad física. “Por mi artrosis tengo la obligación de hacer gimnasia y moverme en el agua. Al no poder hacerlo durante todo el año y estar sola en casa, tuve problemas de salud. No estaba con mi grupo y mis amigas en la pileta” (Francisca, 75 años, provincia de Buenos Aires). 

Otras mujeres manifestaron haber tenido dificultades para realizar sus tratamientos. “Estuve casi seis meses atendiéndome en forma online con un traumatólogo. Me había caído y después cuando fui presencial tenía triple fractura de columna. Me tuve que operar, la verdad la estoy pasando mal con respecto a la salud” (Amalia, 71 años, Ciudad de Buenos Aires). 

En algunos casos, abandonaron tratamientos médicos por miedo a la concentración de gente en los establecimientos de atención a la salud y a la posibilidad de contagiarse. “Tengo una mamografía para retirar porque me encontraron un tejido que empezó a crecer y no pude retirarlo. Le tengo bronca a la gente que no respeta la distancia y me produce mucho estrés” (Alma, 62 años, provincia de Buenos Aires). 

El impacto psicosocial del COVID-19 en mujeres adultas mayores 03
Foto: Cortesía Programa de Atención Médica Integral (PAMI) de Argentina

El impacto psicológico y emocional  

Más del 50% de las participantes reportaron una experiencia frecuente de miedo, ansiedad, tristeza, preocupación, depresión, alteraciones en el sueño, enojo, estrés e incertidumbre. “En abril cumplió años un nieto y en mayo una hija y no me he atrevido a ir, y realmente no lo puedo dominar. No he podido ir al club, nadar, hacer gimnasia, entonces salgo a caminar todos los días por el barrio, y lo que hago cuando viene alguien es que me cruzo de vereda. Los miedos los tengo y me cuesta mucho dominarlos” (India, 70 años, región del Cuyo). 

En algunos casos, el miedo se hizo tan intenso que comenzaron a tener ataques de pánico. “Mientras pasaban los meses y veía que no se terminaba, empecé a tener un estado de ansiedad y de tristeza, porque quería viajar a ver a mi familia. Un día me levanté porque no podía respirar, y pensé que me había contagiado, me dolía el pecho, la espalda, entonces mi esposo me acompañó al hospital de Mar de Ajó, me tomaron la temperatura, me hicieron una placa y había sido un ataque de pánico” (Irina, 69 años, provincia de Buenos Aires). 

Los apoyos formales más frecuentes dentro del hogar fueron las trabajadoras domésticas, sobre todo para las mujeres mayores de 75 años, quienes contaron con este soporte en más de un 25% de los casos. “La ayuda que dejé de tener fue una persona que me asistía en las tareas domésticas. Tuve ayuda intermitente, cuando se ponía espesa la situación, cortaba, porque ella vivía en provincia. Tiene un niño que va a la escuela, entonces el riesgo era demasiado grande. Entonces esa persona dejó de venir y, por un tiempo, en algunos momentos me ayudó otra persona que antes trabajaba en mi casa” (Lujan, 75 años, Ciudad de Buenos Aires). 

A pesar de ello, se sigue dando por sentado que el trabajo de cuidados no remunerado de las personas adultas mayores ha de recaer en las mujeres. “Estaba realmente muy agotada porque yo era la que se ocupaba absolutamente de todo, mi esposo no podía, estaba en cama todo el tiempo, así fue como que mi cuerpo se vino abajo” (Antonia, 85 años, Gran Buenos Aires). 

El impacto psicosocial del COVID-19 en mujeres adultas mayores 02
Foto: Cortesía Programa de Atención Médica Integral (PAMI) de Argentina

Los beneficios de internet y la tecnología 

A pesar del impacto negativo que tuvo en la vida cotidiana la suspensión de reuniones familiares y sociales, las nuevas tecnologías dejaron un aprendizaje positivo. “Pudimos manejar Whatsapp y formamos grupos, contándonos el día a día, eso fue espectacular, pero no es lo mismo. Nos afectó porque no teníamos el contacto físico para vernos, pero en realidad internet hizo que pudiéramos estar juntos/as y unidos/as” (Dolores, 68 años, región del Noreste Argentino). 

También se resaltó que el uso de estas aplicaciones fomentó el desarrollo de la creatividad para organizar actividades festivas o lúdicas con la familia. “Con mis nietos de 10 y 7 años fue lindo porque hubo cumpleaños. Con mi hijo que tiene hijas grandes, fue muy bueno porque compartimos películas. Con la más chica tenía que hacer trabajos por Zoom” (Libertad, 75 años, Ciudad de Buenos Aires). 

Asimismo, la pandemia aumentó la realización de actividades y trámites en forma virtual, lo que volvió más urgente el acceso a la conectividad y cursos de alfabetización digital. “Propongo que la gente mayor pueda acceder a un celular o una computadora para que pueda estar conectada, para no sentirse sola o excluida” (Noemí, 64 años, Patagonia Norte). 

El impacto psicosocial del COVID-19 en mujeres adultas mayores 07
Foto: Cortesía Programa de Atención Médica Integral (PAMI) de Argentina

A pesar de este complejo escenario, la crisis del COVID-19 sirvió para impulsar un debate social enfocado en cambiar la visión de la protección social y fomentar la redistribución y la corresponsabilidad de los cuidados con un rol activo de toda la sociedad y del Estado. Para ello se requerirá un alto compromiso político e inversión de recursos que guíen hacia sistemas integrales que redistribuyan de forma equitativa el trabajo no remunerado de cuidados y aseguren vejes dignas y autónomas.