El liderazgo se ejerce únicamente libre de violencia de género

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Según ONU Mujeres, en América Latina y el Caribe actualmente una de cada tres mujeres sigue sufriendo violencia física o sexual. Sin embargo, la violencia contra las mujeres no se reduce al ámbito físico. De hecho, puede manifestarse de múltiples maneras. Además de la violencia física o sexual, la violencia contra las mujeres y las niñas puede ser psicológica, económica, política y simbólica.

Esta última, la violencia simbólica, se utiliza para describir todas aquellas prácticas que no parecen explícitamente violentas, pero que naturalizan y perpetúan la desigualdad entre hombres y mujeres. Esta se expresa cuando los medios de comunicación formulan noticias que justifican a agresores y culpan a las víctimas, con los mitos que nutren la cultura de tolerancia hacia la violencia (poner la culpa en la vestimenta, dónde se encontraba la víctima, etc.), con la publicidad e hipersexualización del cuerpo de las mujeres, y con los discursos políticos o el lenguaje sexista. Prácticas cotidianas como el humor sexista forman parte de un “continuo de violencia” que permite que sucedan otras prácticas tan extremas como la violación o el femicidio. Es necesario que haya una sociedad consciente y responsable que rechace el uso de este lenguaje, que prevenga estos sucesos y que desarrollen cero tolerancia hacia la impunidad.

La responsabilidad de las personas que cuentan con un rol de liderazgo en la sociedad es fundamental frente a este tipo de actitudes, pues, erradicar la violencia contra las mujeres es un desafío en el que todas y todos los líderes deben involucrarse. Por eso, es muy grave que una persona cuente una broma sobre la muerte de las mujeres y también lo es que la sociedad lo encuentre gracioso, lo legitime o guarde silencio al respecto. Normalizar la violencia a través del humor, llegando incluso a validar situaciones tan graves como una violación o femicidio, provoca que el nivel de tolerancia frente a otros tipos de violencia sea mucho más alto.

Un ejemplo del camino al que puede llegar la legitimación de la violencia en cualquiera de sus formas, es la brutalidad y la impunidad que acompañan a los asesinatos de mujeres en todo el mundo. Estos crímenes, que no son hechos aislados, constituyen la denegación de uno de los principales derechos humanos, el derecho a la vida.
Prevenir la violencia contra las mujeres implica un compromiso con el reconocimiento de todas sus manifestaciones que día a día están presentes en la sociedad. En este año de elecciones, nos hemos preguntado nuevamente por qué es tan difícil para las mujeres alcanzar puestos de liderazgo político. Parte de la respuesta tiene que ver con aquellas características y comportamientos que cada sociedad asigna a hombres y mujeres. Para incluir a las mujeres en la política también necesitamos el compromiso de líderes. Construir una cultura de igualdad, es hoy una de las tareas y desafíos más urgentes que tenemos como sociedad y una invitación a todos los líderes, candidatos y candidatas del país.