Nota: Estas publicaciones buscan estimular un debate propositivo en torno a los principales temas de interés para el avance de la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres en América Latina y el Caribe. Los conceptos expresados por las personas entrevistadas para la producción de nuestros contenidos editoriales no reflejan necesariamente la posición oficial de ONU Mujeres y agencias del Sistema de Naciones Unidas.
Desde mi perspectiva: Ludyt Yorlet Ramírez Pineda
Ludyt Ramírez es una mujer con discapacidad que reside en el estado Carabobo, Venezuela. Es fundadora de la organización “Heroínas sin Barreras”, que agrupa a mujeres con discapacidad y a cuidadoras. Forma parte de la Plataforma Feminista Popular Venezolana, entre otras iniciativas, a través de las cuales ha contribuido a la redacción de leyes como la Ley Orgánica para los Derechos de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia y sus reformas y la Ley para las Personas con Discapacidad. También ha participado en diversas acciones que promueven la igualdad y equidad de género. Ha escrito artículos de prensa sobre estos temas, destacando la importancia de la inclusión y los derechos de las mujeres en la sociedad.
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“Hace 40 años, un accidente de tránsito cambió mi vida para siempre. Cuando los médicos me dijeron que no volvería a caminar, sentí que el mundo se derrumbaba. Fue como si todo lo que conocía desapareciera de golpe y, en medio de esa oscuridad, la realidad se me hizo insoportable. Creí que mi vida había terminado. Sin embargo, encontré una fuerza inesperada.
Con el tiempo, comencé a ver la discapacidad no como un límite, sino como una oportunidad para transformar mi realidad y la de otras personas. En aquellos años, el mundo era casi inhóspito para una persona con discapacidad. Las barreras físicas, las actitudes discriminatorias y la falta de comprensión hacían que cada día fuese una lucha constante.
Cuando comencé mi activismo, me enfoqué en los derechos de las personas con discapacidad, pero no entendía aún la perspectiva de género. Con el tiempo, comprendí que la discriminación y las violencias se cruzaban, afectando de maneras devastadoras a las mujeres con discapacidad. Me di cuenta de que la lucha por los derechos no podía ser solo una; tenía que ser integral.
A pesar de los avances logrados con buenas leyes y políticas inclusivas, los prejuicios persisten, y dificultan la vida de tantas mujeres y niñas. Muchas personas aún se sienten con derecho a anularnos, a veces desde nuestras propias familias. En mi caso, mi madre fue mi mayor fortaleza. Me sostuvo y me animó a seguir, aunque pasó por momentos muy difíciles al cuidar de mí en los primeros tiempos de mi paraplejia. Esa experiencia me enseñó que la lucha no es solo por nosotras, sino también por aquellas mujeres cuidadoras que sostienen nuestras vidas con amor y sacrificio.
Mi trabajo se enfoca en sensibilizar, capacitar y acompañar a mujeres y niñas con discapacidad, para lograr que ellas se perciban como sujetas de derechos y no solo como sujetas de cuidado. También he dedicado esfuerzos a sensibilizar a quienes no tienen discapacidad para que nos vean como mujeres plenas y capaces de tomar nuestras propias decisiones. Además, he tratado de impulsar la lucha organizada para fortalecer nuestro movimiento y unir nuestras voces en la exigencia de nuestros derechos. Sin embargo, las barreras no han desaparecido; persiste la falta de accesibilidad, de protocolos de atención inclusiva y las actitudes que niegan derechos y oportunidades.
Las mujeres y niñas con discapacidad siguen enfrentando riesgos desproporcionados de violencia de género: abusos sexuales, violencia económica, física y psicológica. La dependencia y falta de autonomía agravan esta situación, y la falta de educación sexual integral y de servicios accesibles nos deja aún más expuestas. Ante estos retos, es urgente construir políticas públicas interseccionales que garanticen el acceso a la Justicia y a los servicios de salud y que capaciten a quienes nos acompañan en derechos humanos con un enfoque de género y discapacidad.
Es esencial que nuestras experiencias sean tenidas en cuenta y que nuestras voces guíen los cambios que necesitamos. Imagino un futuro donde las mujeres con discapacidad vivan con plena autonomía y dignidad, donde el respeto y la solidaridad guíen nuestras relaciones, y donde nuestra diversidad sea reconocida como una fuerza transformadora.
Uno de los mayores avances ha sido ver cómo las políticas de género y derechos humanos han comenzado a incluir el enfoque de discapacidad, abriendo espacios para que podamos liderar y transformar nuestras comunidades.
Mi compromiso con esta lucha es irrenunciable. Creo en un mundo donde ninguna mujer sea invisible y todas puedan ser libres y allí nosotras, las que tenemos discapacidad, las que, sin caminar, ver, ¡oír o entender a otro ritmo somos tan humanas como todas y tenemos los mismos anhelos de vivir plenamente!”